Washington, periodista, denuncia la complicidad entre los cárteles de la droga y algunas autoridades mexicanas
Diana Washington perdió el móvil al llegar al Aeropuerto de Asturias “y está bien, porque la otra vez, cuando vine a Madrid, la embajada de México había advertido que les avisaran de ello y me llevaron a un hotel apartado, donde no pude dormir esa noche porque sabía que me estaban vigilando”.
Washington es una de las periodistas que llevan años denunciando los asesinatos que se cometen en Ciudad Juárez (México), especialmente aquellos en los que mujeres jóvenes e inocentes son las víctimas. En 2005, cuando publicó su primer libro, Cosecha de Mujeres. Safari en el desierto mexicano , había contabilizado algo más de 400. Las cifras con las que se cerró 2011 hablan de 1.344 asesinatos incluidos en un fenómeno identificado como feminicidio . La llamada guerra de los cárteles de la droga (luchan entre ellos por hacerse con el territorio) ya se ha cobrado más de 9.000 muertos.
“Los responsables nunca han sido encarcelados, ha habido chivos expiatorios cuando hubo presión de las ONGs”, aseguró ayer en Avilés Washington, que denuncia la complicidad existente entre los cárteles de la droga y las autoridades. No obstante, apunta que no todos son iguales, sino que hay gente dentro del gobierno y la policía que quiere investigar y se ha convertido en su fuente de información. Otros funcionarios “tienen la tarea de surtir estas chicas al crimen organizado y luego ocupan puestos altos”.
La periodista habló de la existencia de un riesgo ante tanta violencia en Ciudad Juárez: “Que la sociedad pueda asumirlo como normal. Eso es lo malo, porque hay situaciones similares en otros lugares”. Habló de Chile, donde una compañera le escribió hablando de semejanzas y cómo las zonas en las que aparecían los cuerpos asesinados eran espacios con intereses económicos y a donde había llegado el cártel de la droga mexicano.
“Las autoridades nos han dicho que se han puesto a investigar, pero que han recibido una llamada de los narcos diciendo que van a matar a más mujeres. No sé cómo reaccionas si recibes esa llamada”, explicó Washington. Ella, que está amenazada, trata de cuidarse al máximo y de su familia, por ejemplo, nunca habla. “No soy valiente”, afirma cuando los periodistas le preguntan por qué no deja su trabajo. “Hay que estar enfocada en la tarea y no pensar en qué puede pasar. Si te centras en las amenazas no puedes hacer nada”, dice.
Las jóvenes que son asesinadas en Ciudad Juárez mantienen todas un mismo patrón: pertenecen a familias modestas, fueron cogidas en el centro a plena luz del día, “sin que nadie viera ni oyera nada”, y mientras “iban al colegio, a hacer mandados o a cambiar de autobús”. “Nunca cogieron a la hija de una familia pudiente”, explica Washington antes de contar que cuando desapareció la hija de un coronel “llevó allí al ejército y apareció en un hotel, porque se había enojado con sus padres”. “En Ciudad Juárez no hay un ejército para buscar a chicas, está el programa Alba, que raramente usan, cuando hay presiones de familias y ONGs”, reconoce.