A Norma Andrade le gusta pensarse como una mujer con carácter fuerte. Mira a los ojos, pronuncia cada palabra recio. Pero luego agacha la mirada y acepta: “todo esto me ha hecho una mujer vulnerable, algo que antes no era”.
A Norma le mataron a su hija un 14 de febrero de hace 14 años. Ella se llamaba Lilia Alejandra, tenía 17 años y cruzaba por dos transitadas avenidas cuando fue raptada. Una semana después apareció su cuerpo sin vida, con huellas de tortura, en un lote baldío.
Hoy su madre ha hecho paletas de dulce con una leyenda al reverso de la etiqueta donde da indicaciones a las jóvenes de Ciudad Juárez de cómo evitar sufrir el destino de su hija.
Frente a la Catedral de Ciudad Juárez, atravesando una barrera de puestos con globos, peluches, flores y dulces, todo en forma de corazones rojos, Norma cuelga una manta con el rostro de su hija enmarcada en un corazón. Debajo del rostro de la joven está su nombre junto a la fecha en que desapareció.
“Para mí cada 14 de febrero es un día de luto porque ese día llegó el dolor a mi casa”, dice Norma, apretando los labios, guardándose las lágrimas. “Aprendí que el Día del Amor y la Amistad debería de ser todos los días, decirle a tus hijos, a tu familia, que los quieres mucho”, reflexiona.
Para el año en que Lilia Alejandra fue raptada, las autoridades de Ciudad Juárez tenían ya 8 años de “experiencia” en el tema de desaparición de mujeres. Sin embargo, según consta en la carpeta de investigación, no se inició una búsqueda inmediata de la menor, no se activó ningún protocolo para el 15 de febrero, cuando su madre denunció la desaparición.
Lilia Alejandra era empleada de maquiladora, era delgada, de cabello negro y tenía dos hijos. Fue secuestrada sobre la avenida Ejército Nacional y la Carretera Panamericana. Sobre ese cruce de avenidas se le vio con vida por última vez. El 21 de febrero, una semana después, alguien encontró su cuerpo sobre un terreno vacío. Estaba desnuda de la cintura hacia abajo y tenía moretones y heridas por todo el cuerpo. La carpeta dice que tenía 24 horas de haber sido asesinada. Frente al lugar donde encontraron su cuerpo estaba un pequeño centro comercial llamado Saint Valentin.
Esa es la historia que lleva sobre su espalda la que le agacha la mirada. Y es esa la historia que no quiere que se repita, por eso ha viajado hoy desde la Ciudad de México, donde tiene un exilio forzado luego de recibir amenazas de muerte y dos atentados, uno de ellos fue una bala a 10 centímetros del corazón.
“Hay generaciones como mi hija (su nieta, hija de Lilia) que no saben lo que está pasando porque no lo han vivido. El Gobierno hace campañas pero nunca funcionan porque no están en la comunidad”, explica Norma, mientras ata una orilla de la manta con el rostro de Lilia sobre el quiosco de la Plaza de Armas.
Pero su hija adoptiva, Jade, ha vivido la historia en carne propia, a través de su madre desaparecida casi a su edad. Ella y Kaleb, el otro nieto de Norma, luchan brazo a brazo junto a la activista, creando conciencia, precaviendo al resto de las niñas en México.
Y es que Norma está segura que seguirá ocurriendo, “lo que las está desapareciendo es la impunidad. Mientras la mujer se siga viendo como un objeto, como algo que puedes desechar sin consecuencias, las desapariciones van a seguir sucediendo”.
Un país a migajas
La activista chihuahuense siente empatía por los 43 jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa, Guerrero. Ella misma es normalista y también, aunque por poco tiempo, su hija desapareció. Al pedir justicia también recibió amenazas. Ahora lleva un séquito de mujeres encubiertas que la cuidan a donde se mueva.
“Este país se está desmoronando, se está cayendo a pedazos como migajas. Yo lo que veo es que nosotros, todo el pueblo, somos como un corcho sobre el agua, estamos ahí nomás flotando a la deriva, sobreviviendo”, cuenta Norma.
Dice que lo único que ha cambiado para ella y sus nietos es la libertad, que ahora ya no la tienen.
“Para mis hijos es muy difícil vivir así. Están en plena adolescencia y quieren salir, quieren tener una vida normal, pero no pueden porque para todo tenemos protocolos”, se queja.
Eso fue lo que le pudo ofrecer el Estado. En 2010, la Fiscalía de Chihuahua le avisó de haber identificado a uno de los presuntos homicidas de Lilia mediante un banco de datos de ADN, pero hasta ahora no han podido rastrearlo. Saben quién es, pero no saben dónde está.
“Eso no nos resuelve nada, ni el exilio ni los guardias, uno no se puede sentir seguro ya en ningún momento, y ese hombre que tienen identificado sigue libre por ahí”, dice.
Pero mientras el país se cae a migajas, Norma se prepara para entregar las paletas que ha traído. Tienen forma de corazón rojo y llevan el nombre de su hija asesinada.