jueves, 10 de marzo de 2016

Desde el exilio: Marisela Ortiz



Tras resistir durante años amenazas de muerte, Marisela Ortiz, una de las activistas más tenaces en Juárez, la ciudad más violenta de México, dejó la ciudad y a los suyos, aunque espera regresar para seguir denunciando feminicidios
Daniel de la Fuente

Todavía hace muy poco, Marisela Ortiz, fundadora de la asociación Nuestras Hijas de Regreso a Casa, se resistía a la idea de dejar Ciudad Juárez. Decía que pese al acecho contra activistas, le resultaba difícil pensar no sólo en abandonar sus tareas de denuncia sobre feminicidios y de apoyo a familiares de víctimas, sino la ciudad en la que ha construido una familia, su vida.
El 10 de marzo pasado, sin embargo, alguien colgó una manta en la escuela en la que Marisela trabajaba como maestra: "Si quería seguir apoyando a la pi... cu..., de la lic. Malú maestrita de mie... Marisela Ortiz. Bamos a chin... a tu familia empezando x tu hijo el chapulín del Rawy que ya lo tenemos en la lista atee... JL ____".
En la escuela del hijo de la también activista María Luisa "Malú" García Andrade, hija de Norma Andrade, la otra fundadora de la asociación, una manta similar fue colgada. Ella, a quien le incendiaron la casa hace poco, también salió de Ciudad Juárez.
Marisela no lo pensó dos veces: era momento del exilio.
"Tuve que huir de mi ciudad", cuenta desde algún lugar de Estados Unidos. "Es desesperante mantenerse en un sitio que no es tu hogar. Dejar todo duele mucho y es difícil aceptar que te cortaron las alas, aunque no sea para siempre".
Desde Nuestras Hijas de Regreso a Casa, y con Ciudad Juárez como sede, Marisela ha trabajado por más de una década en exigir justicia por los feminicidios y atender a los familiares, sobre todo a los hijos: cientos.
Aun a la distancia, sigue en contacto con sus actividades. Pero el exilio ha sido complejo.
"Al estar fuera de tu hogar valoras lo mas mínimo. Estoy viva y es suficiente, pero no me adapto pues es duro no tener a la mano lo que durante toda tu vida construiste: extraño mi casa, a mi familia a la que amo tanto, a mis mascotas, soy amante de las plantas y la jardinería es mi relax... Aquí no tengo nada, nada es mío".
Quiere volver para continuar con su Proyecto La Esperanza, enfocado a hijos de víctimas, y a la Escuela Federal No. 60 en la que es maestra, ubicada en un Infonavit de la ciudad más violenta de México.
De hecho, una dinámica que solía llevar a cabo con sus chicos de secundaria era ir al desierto.
En aquel territorio en torno a las maquiladoras, han sido hallados desde los 90 cientos de cadáveres y restos de mujeres sacrificadas en formas impronunciables.
"El desierto para mí es un símbolo", comenta. "Es el lugar donde se guardan los secretos de cientos de tragedias, por eso llevo a mis alumnos y los pongo en contacto con ese tipo de naturaleza: que sientan la fuerza del desierto, que escuchen sus secretos, que los escriban, los comenten y, sobre todo, que generen una propuesta para acabar con esto para siempre".
A Marisela le preocupa Ciudad Juárez, los niños azotados por hechos desorbitadamente crueles que por casi dos décadas ha generado este ecosistema del mal situado al lado de El Paso: decapitados y descuartizados, mujeres abusadas sexualmente y asesinadas por estrangulamiento, a puñaladas, golpes o tiros, con partes del cuerpo literalmente arrancadas a dentelladas.
Pero las amenazas, lo sabe, no son falsas advertencias. Basta recordar a otras activistas asesinadas: Josefina Reyes, en enero del 2010; Marisela Escobedo, en diciembre de ese año; Susana Chávez, en enero del 2011.
Hoy, afirma que aunque existen medidas cautelares para ella y María Luisa emitidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no hay garantías.
"No hay recursos para tener una escolta 24 horas", agrega Marisela. "Las medidas son sólo para mi persona y para María Luisa, no para nuestras familias, a quienes también han amenazado".


Antes de sumergirse en la denuncia de feminicidios y en el apoyo a familiares de víctimas, Marisela vivía en un caparazón. Nacida en 1958 en la ciudad de Chihuahua, la mayor de nueve hijos de un profesor que preside un grupo de Biblia y una empleada jubilada del Seguro Social reconoce que siempre fue de las que veían la vida en rosa.
Ella estudió para ser maestra porque nunca dudó en serlo. Lo fue en primarias, en la Normal Superior y en un centro de educación especial, donde fue directora. Jubilada, hoy da clases en secundaria.
Como activista nació a fines de los 80 cuando dos niñas sordomudas sufrieron abuso sexual. Al percatarse de lo complejo que era poner una denuncia con infantes que no podían expresarse, reunió a madres e intervino en una sesión del Congreso para exigir la revisión de la ley para personas con discapacidad y que se impidiera en juzgados la victimización de los ofendidos.
Vinieron después los 90 y las noticias de mujeres asesinadas empezaron a poblar los diarios. Marisela reconoce que creyó entonces en los argumentos oficiales, de que las víctimas eran prostitutas envueltas en líos.
En el 2001 desapareció su alumna Lilia Alejandra García Andrade, cuyo cuerpo fue hallado más de una semana después. De acuerdo a la autoridad, la obrera de 17 años, madre de un bebé de cinco meses y un niño de 2 años, fue golpeada y violada durante días y, al final, estrangulada. El o los asesinos siguen libres.
"Esto le dio un giro a mi vida, porque empecé a enterarme de cómo estaba todo. Al principio no entendía muchas cosas".
Ella y la madre de Lilia Alejandra, Norma Andrade, se conocían en el ámbito magisterial, pues ésta era maestra de primaria, y el primer lugar que visitó fue la escuela de su hija. Marisela se dedicó a repartir miles de volantes y estaba resuelta a alzar la voz.
"Pero Norma no quería luchar, confiaba en las autoridades y tenía fe porque había hablado con Fox... Se quedó esperando una ayuda que jamás llegó".
Nuestras Hijas de Regreso a Casa nació cuando se halló el cuerpo de Lilia Alejandra. Marisela propuso llevar el ataúd de la joven a la Subprocuraduría de la Zona Norte de Chihuahua, para exigir justicia.
En eso le habló el papá de Minerva Torres Avendaño, desaparecida ese año: "Usted es la maestra, ¿verdad? Necesito que me ayude", le dijo y Marisela contestó, sorprendida, que no era abogada.
"Sólo escúcheme", y le platicó su historia y le pasó a su esposa.
"Aquello me movió el corazón", recuerda Marisela. "Así fue que empezamos a maquinar una serie de estrategias".
La nueva asociación civil fundada por ella y Norma Andrade nacería oficialmente en 2004. Para entonces, aquella maestra entusiasta y cada vez más dolida por lo que se enteraba empezó a llevar un registro de desapariciones y a denunciar en voz alta.
"Mi mayor fortaleza es el dolor de todas esas mujeres que hoy son amigas y que a lo largo de los años vienen y me dicen con fotos de sus hijas en mano: 'Mire, vea a mi hija, mire; así era ella antes de que me la asesinaran'.
"Llena de coraje, decía entonces: '¿cómo no hemos podido frenar esto?'. Aún lo digo".
Por su lucha, Marisela ha sido amedrentada de mil formas: desde persecuciones hasta robos, golpes, amenazas telefónicas e incluso que un grupo la sometiera y le pusieran una pistola en la boca.
Hoy, explica esta mujer que apoyó la realización del filme "Ciudad del Silencio", protagonizado por Jennifer Lopez y en el que se abordan los crímenes de Ciudad Juárez, hablar de cifras es un problema más del feminicidio.
"A pesar de los logros en denuncia internacional, desconocemos la cifra real. Desde los 90 hasta el 2003 hay registro de más de mil asesinadas, pero son tres veces más las desaparecidas, más todo lo acumulado hasta hoy".
Si a esto se le aúna la guerra entre cárteles, el exterminio de mujeres toma un nuevo matiz, pues las niñas y adolescentes empezaron a aparecer encintadas a la manera del narco y las cifras se dispararon como en una productiva fábrica de muertos.
Tanta fue la permisividad, dice, tanta la impunidad, que hoy lo que sobresale es el alto número de crímenes, las pocas aprehensiones y la ausencia de una política de Estado en materia de feminicidios. ¿Quién mató a tantas mujeres? ¿Por qué?
"Cualquiera pudo haber cometido estos crímenes, "no sólo el narco, porque es tal la impunidad que aquí se asesina y se ha asesinado a mujeres porque se puede hacer, porque no hay límites, orden ni estado de derecho.
"Aquí ya ganó el crimen".


Marisela ha trabajado por años con las vivas de Juárez, en este caso los familiares de víctimas, sobre todo sus niños (se estiman miles de huérfanos), para formar a una nueva generación que crea en la justicia, camine salva y sea de hombres y mujeres que no pierdan la fe en la vida pese a la impunidad y la orfandad, porque no quieren que en el futuro el crimen también gane.
Esto es La Esperanza, proyecto que consiste en talleres de arte-terapia para ayudar a los niños hijos de las víctimas.
Cada vez, sin embargo, la lucha es más cuesta arriba. Los crímenes de activistas son prueba.
Presionada por asesinos, Marisela ha debido salir de la cuidad de la que dijo nunca se iría, porque alguien debía luchar.
"No me siento derrotada, pero sí impotente y enojada, porque me arrebataron parte de mi vida, una construcción de años. Me obligaron a separarme de mi familia, de mi casa y de mi trabajo.
"Aquí donde estoy no puedo hacer nada de lo que estoy acostumbrada. Vivir en la incertidumbre es lo peor. Por supuesto, celebro no haberme quedado a que me asesinaran, pero alejarte de todo es como morir un poco".
Nada mejor podría pasarle ahora que volver a casa. Sólo necesita garantías de que se respetará su vida y la de su familia.
"Mi familia siempre ha sido muy unida", afirma sobre cómo vive su actual exilio, lejos de ella. "Ellos son mi fortaleza, yo la de ellos. Resisten, pero ahora la incertidumbre es el elemento que desgasta, que lastima... No sabemos qué va a pasar y eso provoca mucha angustia.
"Me recuerda a Vargas Llosa, que en alguna ocasión dijo que la incertidumbre es como deshojar una margarita y ver que sus pétalos jamas se terminan por más que deshojas y deshojas".
Marisela quiere volver. Volver a la ciudad, al desierto del que le hablaba a sus alumnos, con las víctimas. Activistas como ella deben volver. Si no, ¿quién hablará de los muertos, pedirá justicia, acompañará a los deudos?
Si un día esta historia acaba, ¿quién quedará para contarla?


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