Por: Virginia Dellavalle
La pregunta que me hice durante el estudio de mi tesis y mientras que escribo éste artículo es algo de cuestionamiento personal: ¿Qué puedo escribir yo sobre Ciudad Juárez? ¿Qué puede decir (y saber) una ciudadana Italiana en Inglaterra sobre Ciudad Juárez sin haber siquiera visitado dicha ciudad alguna vez;¿Qué puedo decirle a jóvenes Mexicanos que leerán este artículo? ¿Qué mensaje les puedo pasar?
Podría empezar por contarles el gran interés internacional que existe por lo que pasa en su país, pero eso ya lo saben. ¿Que en México no se está implementando la decisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (“CIDH”) respecto de los feminicidios ocurridos en el estado de Chihuahua? Creo que esto no lo saben todos y los que lo sepan se preguntarán porqué una italiana viene a decírselos y no mejor ésta observa su propia casa y examina los problemas de su país. Créanme que lo hago, y entre ellos existe uno muy importante: el feminista. Mientras sigo haciéndome éstas preguntas para encontrar la forma de hablarles a los mexicanos de sus propios retos sin caer en lo demasiado obvio, por casualidad encontré en internet una foto de la Mole Antonelliana, el edificio más prominente de Turín, mi ciudad natal, con la proyección de la bandera rosa del “Ni una más”, símbolo de la lucha contra el feminicidio. Entonces, recordé que el caso de Ciudad Juárez llegó a todo el mundo y comprendo que los derechos humanos son un movimiento universal.
El 6 y 7 Noviembre de 2001 se encontraron (por casualidad) los cuerpos de 8 mujeres en un viejo campo algodonero abandonado de Ciudad Juárez. Tiradas y abandonadas a la intemperie, las mujeres, jóvenes y adolescentes, fueron torturadas sexualmente. La denuncia de su desaparición se había realizado en meses anteriores por sus familiares. El 6 de Noviembre se celebra ahora el día de erradicación del feminicidio. A 10 años de éstos hechos, las madres y familiares de mujeres desaparecidas y asesinadas aún buscan que se les haga justicia y se les reparen sus daños.
En diciembre del 2009 la CIDH declaró que México es cómplice del feminicidio del Campo Algodonero (nombre con el cual se hizo famoso el caso a nivel mundial). La corte determinó que México violó los derechos humanos de las víctimas, señalando que la principal causa del feminicidio es la discriminación de género contra las mujeres y ordenó medidas específicas para garantizar la no repetición de los hechos. Sin embargo, según la juez ad hoc mexicana que participó en la decisión, Rosa María Álvarez González, México no ha cumplido con la sentencia en ningún aspecto.
La CIDH había encontrado denuncias sobre feminicidio en casos anteriores (alrededor de 450) por lo que reconoció un patrón de conducta sistemático de violación a los derechos humanos de las mujeres en Ciudad Juárez. México solía calificar públicamente los hechos como graves pero, consideraba los casos de manera aislada, debido al clima de delincuencia organizada, pobreza, o la cultura violenta típica de las fronteras. Alegaba que su responsabilidad internacional no surgía en virtud de que los agentes del estado mexicano no habían cometido directamente los crímenes. El sistema de protección de derechos humanos y la jurisprudencia de la CIDH van más allá: el Estado mexicano tiene la responsabilidad de investigar y prevenir violaciones sistemáticas de derechos humanos (ver el caso de Velázquez Rodríguez en Honduras). Por lo tanto, el patrón era visible y México tenía conocimiento (y por ende, responsabilidad de prevención) al menos desde 1998, año en que fue publicado un informe de la Comision Nacional de Derechos Humanos sobre el tema.
Pero, ¿qué es el feminicidio? Esté siguiendo una categoría largamente inexplorada, tiene causas políticas, sociales y culturales que permiten la violencia, y hasta tratan de justificarla. Es obvio que no todo asesinato de mujeres es feminicidio, y éste término parece indicar al mismo tiempo un crimen, un fenómeno y una motivación: asesinato por razón de ser mujer. Los feminicidios también se caracterizan por su brutalidad, misoginia, violencia sexual, tortura y mutilación, lo cual refleja una cultura específica que como un iceberg de violencia hacia la mujer va emergiendo: el feminicidio es la punta, y mucha más violencia (la invisible) ocurre, en la esfera pública y privada. Aunado a ello, existe un elemento más, la impunidad. En este sentido, el feminicidio es político porque requiere la complicidad del Estado, y se manifiesta por omisión: la impunidad “normaliza” la violencia hacia la mujer. En mi estudio pude observar una cierta continuidad en el caso latinoamericano y existen casos parecidos ocurriendo en otros países y en número mayor pero con menor atención mediática respecto de los de México. En Guatemala, por ejemplo, se estima que 2,000 mujeres han sido asesinadas desde 2002.
Además de la responsabilidad del Estado sobre éste tema es importante considerar la reacción de la comunidad empresarial (nacional e internacional). Cada vez es más notorio como se unen los derechos humanos y la responsabilidad social de las empresas. Se habla mucho de la responsabilidad social de las corporaciones y multinacionales que subscriben a políticas que presentan a sus consumidores. Sin embargo, en Ciudad Juárez dicha responsabilidad parece ser un concepto vacío y la única política es de indiferencia hacia sus trabajadoras. No obstante, presentar ese tipo de alegaciones es muy difícil para los grupos de mujeres activistas de Ciudad Juárez que conocen la importancia de la industria maquiladora para su economía familiar.
Desde 2006, se lanzó una campaña de negación del feminicidio, sobre todo por la Asociación de Maquiladoras, ubicada justo frente al campo algodonero en cuestión. Claudia Ivette González, desapareció después haber sido despedida de su trabajo por llegar unos minutos tarde. El mismo destino tocó a decenas de mujeres desaparecidas. La maquiladora en cuestión, una multinacional, se limitó a comentar que los hechos no ocurrieron adentro de la maquiladora.
La mujer de la industria maquiladora es un símbolo del feminicidio porque es fácil de estigmatizar por los medios y las autoridades. Representan la más absoluta vulnerabilidad, y están conscientes del peligro que representa moverse en una ciudad como Ciudad Juárez, debido a sus horarios de trabajo, las rutas por donde se mueven, la falta de infraestructura, de hogares seguros, y de seguridad pública, factores que sumados las exponen al riesgo de un ataque diariamente -y no por ser “niñas extraviadas” que “deciden salir cuando llueve mojándose- (tal como las describió el Fiscal Arturo González), sino, más bien, querer salir adelante (como la recuerdan sus familiares).
El feminicidio o “Las Muertas de Juárez”, como también se ha hecho famoso el caso, se conocen gracias a la labor de grupos locales de mujeres, madres y activistas que no obstante amenazas y dificultades luchan por justicia. Esto es evidente por la manera en que solo 3 de las víctimas han llevado el caso hasta la CIDH. Mientras estudiaba mi tesis observé la legislación (por ejemplo, la Ley de Acceso del Derecho de la Mujer a una Vida Libre de Violencia del Estado de Chihuahua de 2007 contiene una definición completa de violencia feminicida), los programas de prevención y de alerta; leí sobre las ideas de las feministas mexicanas y el trabajo de las activistas, por lo que no puedo evitar pensar que México ya tiene todas las herramientas que necesita para enfrentar éste problema y así brindar un mensaje positivo. Que éste décimo aniversario sirva para recordar a las víctimas y sea una ocasión única para levantar la voz y decirnos “Ni una más”.
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