Sergio González Rodríguez (Ciudad de México).
Días atrás la activista social Norma Andrade sufrió otro ataque, esta vez en la Ciudad de México, apenas semanas después de ser baleada en Ciudad Juárez, frontera con Estados Unidos.
El resultado del nuevo ataque a Andrade (que consistió en que un hombre, hasta el momento no identificado, la agredió en el rostro con un arma punzo-cortante), es el anuncio de que ella abandonará el territorio mexicano. Por razones de seguridad se ha reservado citar su nuevo destino. Se sabe que la fundadora del grupo Nuestras Hijas de Regreso a Casa ha recibido propuestas para residir en Estados Unidos, España e Italia.
En esta serie de amenazas y agresiones contra Andrade y otras de sus compañeras de grupo (fundado por ella en 2001 para revindicar el cumplimiento de la ley y la justicia respecto del asesinato de su hija, Lilia Alejandra García Andrade, y apoyar a otras familias de víctimas semejantes en Ciudad Juárez), resalta la incapacidad del Estado y los gobiernos en México, su ineptitud en brindarle la protección debida.
Desde que Norma Andrade decidió, ante la incuria gubernamental en el estado de Chihuahua, indagar por su parte el asesinato de su hija, quien fue secuestrada, violada, torturada, mutilada y murió de asfixia por estrangulamiento, ha recibido múltiples agresiones de todo tipo. Al realizar su pesquisa, auxiliada por un investigador profesional, pudo rehacer las circunstancias del secuestro y asesinato de su hija, incluso, ofreció a las autoridades los nombres y domicilios de los presuntos asesinos, datos que la fiscalía local desestimó sin mediar su propia indagatoria.
A lo largo de una década, tanto Andrade como la otra fundadora de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, Marisela Ortiz, al igual que María Luisa García Andrade, hija de aquella y otras personas cercanas al grupo, han padecido diversas agresiones. María Luisa (Malú) García Andrade fue amenazada de muerte meses atrás, y debió abandonar Ciudad Juárez cuando había continuado su investigación sobre los presuntos responsables del asesinato de su hermana Lilia Alejandra: contra las versiones oficiales, aquella urbe fronteriza persiste en su estatuto criminal.
El caso de Norma Andrade, como el de su hija, muestra otra vez la falsedad de la proposición acerca de que en México existe un Estado de derecho y un imperio de la Ley. Cada vez más, el gobierno de Felipe Calderón refleja sus flaquezas, y el propio presidente exhibe su exasperación, signo de frustraciones, cuando la gente cuestiona sus políticas de seguridad en actos públicos: interrumpe la queja, eleva la voz, manotea, mientras regaña a sus interlocutores con el gesto amargo en su boca.
Debido a las continuas amenazas contra su trabajo periodístico sobre los asesinatos contra mujeres en la frontera, la reportera Rosa Isela Pérez debió abandonar tiempo atrás Ciudad Juárez y solicitar asilo en España. Tanto la prensa como el gobierno locales negaron, como lo hacen en la actualidad, la existencia del feminicidio. Aparte de ser amenazada de muerte, la periodista sufrió campañas de desprestigio y marginaciones. Un destino similar al de otros que han denunciado aquellos crímenes de poder político y económico en complicidad con el crimen organizado allá en Ciudad Juárez.
La Procuraduría General de ha República se ha negado a investigar las constantes agresiones contra Andrade, a pesar de las denuncias formales de ella ante esta institución, la cual alega incompetencia sobre el asunto: prefiere soslayar que, desde el origen de los hechos (el asesinato de Lilia Alejandra García Andrade y las amenazas ulteriores), hay indicios (nunca indagados) de participación de narcotraficantes en aquellos: el narcotráfico y sus delitos anexos son competencia federal.
Como muchos otros activistas sociales del país, la fundadora de Nuestras Hijas de Regreso a Casa se ha encontrado con la peor de las indefensiones: la incapacidad de un Estado (el mexicano en este caso) en cuanto a ofrecer las mínimas garantías a un ciudadano. En su exilio, Norma Andrade llevará otra herida más que nunca sanará.