Conocimos su nombre cuando estaba muerta. Tenía 17 años. La tarde del 21 de febrero de 2001 quienes estaban en un shopping de Ciudad Juárez pudieron ver en el terreno baldío de enfrente un bulto floreado semi enterrado, ese bulto era Lilia muerta. Su cuerpo torturado, desnudo de la cintura a los pies –sólo tenía sus medias blancas– y con marcas de esposas en las muñecas estaba envuelto por un cubrecama de colores grises y mantecas. Hacía una semana que había desaparecido. La habían estrangulado hasta matarla después de haberla violado “de manera tumultuaria”.
Desde aquel febrero el nombre de Lilia está unido al de las mujeres de desaparición forzada que aparecieron muertas en Lote Bravo: Silvia Irene Rivera Morales, Olga Alicia Carrillo y Rosario García Leal y al de Cecilia Covarrubias Aguilar, Claudia Ivette González, Paloma Angélica Escobar Ledesma, Neyra Azucena Cervantes y al de miles y miles de mujeres asesinadas en México.
A quince años del femicidio y mientras los cómplices destierran cruces y arrancan de los caminos las fotos de las víctimas– sus hijos (Jade tenía dos años y Kaleb cinco meses cuando la asesinaron) y su madre (Norma Andrade) enfrentan fiscalías y cortes internacionales pidiendo justicia. La historia de la reconstrucción que estuvo desde siempre plagada de fraudes, silencios, complicidades (el 19 de febrero de 2001 una mujer llamó a la policía –que nunca apareció– diciendo que una chica semidesnuda era agredida por un hombre) y mentiras (ninguna autoridad investigó la desaparición cuando Norma hizo la denuncia), es la historia que se repite en cada uno de los casos de las mujeres asesinadas en Juárez (“nuestra maldición y nuestro espejo” como dijo alguna vez el escritor chileno del realismo visceral), ciudad del estado de Chihuahua, frontera Norte de México con El Paso, Texas, y lugar emblemático, según Rita Segato, del sufrimiento de las mujeres, “Allí, más que en cualquier otro lugar, se vuelve real el lema “cuerpo de mujer: peligro de muerte (…) Frontera entre el exceso y la falta, Norte y Sur, Marte y la Tierra, Ciudad Juárez no es un lugar alegre. Abriga muchos llantos, muchos terrores.”
Los años que no trajeron justicia aumentaron la lista, nunca alcanzan los renglones para nombrar a las mujeres que llegan muertas desde cualquier lugar de la tierra y se unen a Lilia, la estudiante mexicana que quería ser periodista y jugaba muy bien ajedrez. En el recuerdo durante un homenaje con olor a pintura de mural recién estrenado una mujer lee en voz alta a Rita Segato “En la lengua del feminicidio cuerpo femenino también significa territorio”. No muy lejos otras mujeres evocan la voz todavía infantil de Lilia cuando ganó el primer premio en un concurso de declamación con “México, creo en ti, / como en el vértice de un juramento. /…Tú hueles a tragedia, tierra mía, / y sin embargo, ríes demasiado, / acaso porque sabes que la risa/ es la envoltura de un dolor callado” y mientras lo hacen pintan de rosa el rosa gastado de las cruces.