Norma notificó la desaparición de su hija rapidamente, pensaba que podía haber sido asaltada o incluso atropellada en “su regreso a casa”. Lilia Alejandra García Andrade trabajaba en una maquila para sacar adelante a Jade y Kaleb, su hija e hijo. Fue un 14 de febrero cuando salió por última vez de su casa con dirección al trabajo. Su familia la encontraría asesinada en un lote baldío siete días después.
Loa días que permaneció secuestrada, Norma Andrade encabezó su búsqueda de la mano de dos mujeres valientes: Marisela Ortiz y Malú García. Emprendieron una movilización que las llevó a recorrer calles volanteando, preguntando, siempre con una foto amplificada para que la gente pudiera reconocerla.
La tiraron entre la arena, en ese desolado desierto de la periferia de Ciudad Juárez. El cuerpo de Lilia Alejandra mostraba claras evidencias de la tortura de la que fue objeto, violaciones tumultuarias, golpes, estrangulamiento. Con un poco de ropa y envuelta en una sábana, tenía materia orgánica que debió ser preservada y analizada inmediatamente para identificar a los responsables y hacer justicia. Eso no sucedió, se perdieron las pruebas garantizando a los responsables absoluta impunidad.
Que las familias sean quienes encabecen las búsquedas de su familiar ante la omisión de las autoridades, ha sido una de la constantes en México. Norma tuvo que elegir levantar la voz y exigir justicia, con ese valor dio inicio a “Nuestras hijas de regreso a casa” y comenzaron a acompañar a otras familias.
Ellas han pagado el costo. Como si no bastara la impunidad, Norma, Marisela y Malú han sido amenazadas, perseguidas y acosadas. La sede de la organización fue objeto de allanamiento, robos, incendio en el intento de desalentar que continuaran con los casos. Marisela vivió un atentado y pudo salir exiliada. Malú logró dejar a tiempo su hogar. Norma se resistió a vivir con miedo y permaneció en su hogar hasta que intentaron asesinarla afuera de su casa y en presencia de Jade. Logró sobrevivir y contra su voluntad, fue obligada al destierro, lejos de su casa, su tierra y su cultura para radicar en la Ciudad de México en donde unas semanas después, volvería a ser víctima de otro atentado.
16 años han pasado del asesinato de Lilia Alejandra y las historias se acumulan, cambia el nombre, la edad, el origen, la profesión e incluso ahora, el lugar de los hechos. No son asesinos seriales, la única constante es la impunidad. El Estado Mexicano ha asumido parcialmente la responsabilidad del caso, a causa de la sentencia de “Campo Algodonero”, sin embargo sigue sin hacerse justicia. Cuando conocemos las cifras de feminicidios en esa misma entidad y vemos el fenómeno extendido al Estado de México, Chiapas, Ciudad de México y otras entidades, sabemos que hace falta mucho por hacer. Por ahora, recuperemos la memoria de Lilia Alejandra. ¡Que el miedo no propicie el olvido!