- Francisco Muro de Iscar-
Querida Marisela:
Hace exactamente un año estabas en Madrid recibiendo el Premio Derechos Humanos que te había otorgado el Consejo General de la Abogacía Española por tu impagable lucha en defensa de las mujeres víctimas de la violencia en Ciudad Juárez con tu asociación "Nuestros hijas de regreso a casa".
Se te saltaban las lágrimas al recibir el galardón y cuando nos contabas que toda tu familia tenía que ir siempre junta a cualquier sitio, que tus hijas, amenazadas de muerte, no podían jugar libremente ni ir al cine ni ser niñas o mujeres como las demás. Pese a todo, decías, "no nos harán claudicar ni con las amenazas ni con las campañas de desprestigio ni con la inacción. Algún día las mujeres de Ciudad Juárez, las madre de Ciudad Juárez verán llegar la justicia".
De momento, lo que ha llegado es la tragedia, la tuya. El correo electrónico trae la noticia de que han asesinado a tiros a tu yerno, un estudiante y pequeño empresario de 27 años. Hoy tu cuerpo, acostumbrado a luchar, está más roto que nunca, como el de tu joven hija que acababa de empezar una vida con rumbo a la esperanza. Todavía no sé si le han matado por tu lucha contra la injusticia en una ciudad sin ley desde hace demasiados años, en un país que debería mirar con vergüenza al exterior porque su Gobierno permite esa terrible lacra que es el feminicidio.
Un crimen tolerado, en el que los culpables amenazan a las víctimas, las secuestran, las torturan, las matan y se `pasean libremente. Un lugar en el que el jefe de la Policía dimite porque tiene miedo de ser asesinado y el Ejército no es capaz de imponer el orden, detener a los asesinos y reponer los derechos de las víctimas. Un Gobierno que va a ser condenado por la Corte Interamericana, pero que no parece dispuesto a recuperar su dignidad.
Es terrible la muerte de este estudiante de Diseño Gráfico que soñaba con una vida en paz y libertad. Es terrible el dolor de tu hija, marcada por el odio de otros, la maldad de otros, la apatía de otros. La vida no vale nada en Ciudad Juárez. La vida de nadie, especialmente la de las mujeres. Aquí en España, en Madrid, en Salamanca, en Logroño, muchos españoles se te acercaron para darte fuerza, para dolerse contigo, para acompañarte en tu lucha.
Llegaste al corazón de todos nosotros. Sabías que estabas pagando un alto precio por tu lucha por la dignidad de las mujeres: la libertad de los tuyos, tu tiempo, tu presente y tu futuro. Pero no creías que el precio fuera a ser tan alto, tan terrible.
Querida Marisela Ortiz: no hay palabras de consuelo aunque todas ellas quieran volar deprisa hacia tu casa, hacia Ciudad Juárez. Ojalá sea la última sangre derramada en esa tierra que algunos han convertido en un infierno. Aquí en España, en el País Vasco, las víctimas empiezan a ser reconocidas sin miedo y se ha puesto en marcha un Mapa de la Memoria en los lugares donde fueron asesinadas. Para que nadie olvide.
Muchos no vamos a olvidar a las víctimas de Ciudad Juárez y, entre ellas, a Jesús Alfredo Portillo Santos, tu yerno. Descanse en paz y caiga toda la ignominia sobre los que miran a otro lado.
Querida Marisela:
Hace exactamente un año estabas en Madrid recibiendo el Premio Derechos Humanos que te había otorgado el Consejo General de la Abogacía Española por tu impagable lucha en defensa de las mujeres víctimas de la violencia en Ciudad Juárez con tu asociación "Nuestros hijas de regreso a casa".
Se te saltaban las lágrimas al recibir el galardón y cuando nos contabas que toda tu familia tenía que ir siempre junta a cualquier sitio, que tus hijas, amenazadas de muerte, no podían jugar libremente ni ir al cine ni ser niñas o mujeres como las demás. Pese a todo, decías, "no nos harán claudicar ni con las amenazas ni con las campañas de desprestigio ni con la inacción. Algún día las mujeres de Ciudad Juárez, las madre de Ciudad Juárez verán llegar la justicia".
De momento, lo que ha llegado es la tragedia, la tuya. El correo electrónico trae la noticia de que han asesinado a tiros a tu yerno, un estudiante y pequeño empresario de 27 años. Hoy tu cuerpo, acostumbrado a luchar, está más roto que nunca, como el de tu joven hija que acababa de empezar una vida con rumbo a la esperanza. Todavía no sé si le han matado por tu lucha contra la injusticia en una ciudad sin ley desde hace demasiados años, en un país que debería mirar con vergüenza al exterior porque su Gobierno permite esa terrible lacra que es el feminicidio.
Un crimen tolerado, en el que los culpables amenazan a las víctimas, las secuestran, las torturan, las matan y se `pasean libremente. Un lugar en el que el jefe de la Policía dimite porque tiene miedo de ser asesinado y el Ejército no es capaz de imponer el orden, detener a los asesinos y reponer los derechos de las víctimas. Un Gobierno que va a ser condenado por la Corte Interamericana, pero que no parece dispuesto a recuperar su dignidad.
Es terrible la muerte de este estudiante de Diseño Gráfico que soñaba con una vida en paz y libertad. Es terrible el dolor de tu hija, marcada por el odio de otros, la maldad de otros, la apatía de otros. La vida no vale nada en Ciudad Juárez. La vida de nadie, especialmente la de las mujeres. Aquí en España, en Madrid, en Salamanca, en Logroño, muchos españoles se te acercaron para darte fuerza, para dolerse contigo, para acompañarte en tu lucha.
Llegaste al corazón de todos nosotros. Sabías que estabas pagando un alto precio por tu lucha por la dignidad de las mujeres: la libertad de los tuyos, tu tiempo, tu presente y tu futuro. Pero no creías que el precio fuera a ser tan alto, tan terrible.
Querida Marisela Ortiz: no hay palabras de consuelo aunque todas ellas quieran volar deprisa hacia tu casa, hacia Ciudad Juárez. Ojalá sea la última sangre derramada en esa tierra que algunos han convertido en un infierno. Aquí en España, en el País Vasco, las víctimas empiezan a ser reconocidas sin miedo y se ha puesto en marcha un Mapa de la Memoria en los lugares donde fueron asesinadas. Para que nadie olvide.
Muchos no vamos a olvidar a las víctimas de Ciudad Juárez y, entre ellas, a Jesús Alfredo Portillo Santos, tu yerno. Descanse en paz y caiga toda la ignominia sobre los que miran a otro lado.